miércoles, 13 de mayo de 2020

FANTASMAS EN LA SIERRA. EL LOBO.2



FANTASMAS EN LA SIERRA

EL LOBO.2
  Incluso se podría decir que, aunque lo quería igual que a su hermana, era su hijo preferido.  Aquel sábado de la primavera de mil novecientos sesenta y dos amaneció como otro día cualquiera, se levantó temprano y después de desayunar, no serían más de las ocho de la mañana, ya estaba preguntando a su padre en qué podía ayudar.   - Hoy te quedas en casa. Le contestó. - Tengo que ir hasta La Peguera del Madroño a recoger al hermano Damián y después vamos al Collado de la Mora a traer las ovejas. Por la noche estaré de vuelta.  - ¿Puedo ir contigo?  - Hoy no, José. Necesito que te quedes en casa. Necesito que saques un poco de estiércol de la cuadra. Empieza por la del fondo.  - No me gusta sacar estiércol. Prefiero ir contigo.  - No, José. Necesito el estiércol para mañana abonar el huerto que hay junto a la higuera chica. 
- ¿Y no lo podemos hacer entre los dos cuando volvamos?  -  Te he dicho que no. No insistas. Cuanto antes empieces antes acabas.   José, con cara de pocos amigos, salió de la casa y se encaminó hacia la cuadra. Su padre tenía razón, cuanto antes empezara antes acabaría.  Sacando el primer carrillo contempló cómo su padre se perdía al final del camino, detrás de la fuente que abastecía de agua fresca al cortijo.  Un gran sentimiento de envidia le invadió. ¡Cuánto le hubiera gustado acompañar a su padre! Bueno, mañana le ayudaría en la huerta.  No serían más de las nueve de la mañana cuando su madre le interrumpió la faena para pedirle que fuera al gallinero a coger los huevos que hubieran puesto las gallinas hasta ese momento.  - ¡Ten cuidado, no se te vaya a romper alguno!  - Sí, ya lo sé. Con cuidado.  Antes de que hubiera entrado en el gallinero su madre lo llamó a gritos:  - ¡José, ven rápido!  - ¿Y ahora qué quieres mamá? ¿Qué tengo que hacer?  - Aquí nada. Tu padre, que se ha dejado la comida en el pollo de la cocina. ¡Tienes que ir a llevársela!  - ¡Vale mamá! Dámela.  -Lávate un poco y cámbiate de ropa. Aquí te la dejo. No te vayas sin avisarme.  José se puso loco de contento. Tenía que ir a buscar a su padre y llevarle la comida. Justo lo que él quería.
Se desnudó casi por completo y se lavó las manos y la cara, se puso otra ropa que tenía en la percha situada tras la puerta de su dormitorio y fue corriendo hasta la cocina.  - ¡Ya está mamá, Ya estoy listo! ¡Dame la comida!  - Espera, no tengas tanta prisa. Le interrumpió su madre.   - Presta mucha atención, comenzó diciéndole. Tienes que ir por el carril de la fuente chica. Cuando llegues al río sube hasta llegar a la era vieja de La Peguera. Si no he calculado mal te los encontrarás allí. Espéralos hasta que lleguen. Cuando le des la comida te vuelves, pero por el camino bueno. ¿Lo has entendido?  - ¡Sí, mamá, lo he entendido!  - Y no te salgas del camino, hijo. ¡Ten cuidado!  - No soy un niño chico. ¿Me puedo ir después con papá?  - No hijo, ya sabes que tienes faena aquí. Date prisa y ten mucho cuidado. Te estaré esperando.  José cogió la capacha con la comida para el padre y salió corriendo. A pesar de cómo había empezado el día, tendría emoción.  Su madre se quedó mirando cómo corría camino abajo. “Pronto dejará de correr” pensó. Y al momento lo vio desaparecer tras un recodo del camino. En ese momento sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo desde la cabeza a los pies. Un mal presentimiento se apoderó de ella. Quiso gritar, llamarlo, detenerlo, pero un nudo en su garganta no le dejó pronunciar ni una palabra. Se quedó allí, sola, sintiendo un gran y oscuro vacío a su alrededor.  Intentó entrar en su casa, pero los pies se negaron a andar y terminó en el suelo. Aquello no era nada bueno. Era como si una señal le dijese que algo no iba bien, que algo malo iba a pasar.  José seguía corriendo, pasó junto a la fuente chica, como llamaban a la fuente que había un poco antes de llegar al cortijo y dio un gran salto para sortear los pocos restos que quedaban de una parata, que antaño señalaba la linde del camino junto a un huerto de su familia, huerto que ahora se encontraba recién arado, esperando para ser abonado y sembrado. 
                                                                                                                                                                                                          CONTINUARÁ   

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